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Entre el cannabis sativa y las arenas movedizas.

En una clase reciente, en la que algunos estudiantes se sinceraron sobre su consumo de cannabis, uno de ellos me dejó pensando en su indignación porque la madre le dice “por fumar marihuana se te va a dañar la vida”. Profe, ¿entonces ella se olvida de que yo soy buen hijo, buen estudiante y buena persona solo porque fumo marihuana?

No importa cómo la denominemos: hierba, mari, marijuana, weed, ganja, María, mota, pasto, pot, dope, yerba, cáñamo, THC, porro o churro, en cualquier caso, estamos hablando de “la mata que mata”, que es una expresión popular común a varios países de habla hispana, con la cual se le llama coloquialmente a la marihuana.

El origen de esta planta está vinculado con la historia de la humanidad. La Cannabis Sativa proviene de Asia Central, y su uso se ha documentado desde la antigüedad en diversas culturas. Al parecer, su consumo comenzó en las regiones montañosas de Asia Central, particularmente en Mongolia y en el sur de Siberia. También en la antigua China (2700 a.C.) en donde se utilizaba con fines medicinales y para la fabricación de fibras textiles y cuerdas. Se cree que hasta el emperador Shen Nung, considerado uno de los padres de la medicina china, la incluía como parte de su herbario y le atribuía propiedades curativas para varias dolencias. Lo que no podemos saber es si su madre alguna vez le dijo: ???????? (“te vas a dañar la vida”).

También se disfrutó en India, alrededor de 1500 a.C.; dice en los textos sagrados védicos que era llamada “ganja” y estaba asociada con rituales religiosos. En Medio Oriente y en África fue utilizada con fines medicinales y recreativos, y también en muchas otras culturas islámicas medievales donde se consumió con el nombre de hachís, una forma concentrada del cannabis. Así lo refirió el poeta colombiano Raúl Gómez Jattin: “Las maneras del príncipe de Damasco tienen la presencia de los antepasados orientales fumando el hachís…”.

La marihuana llegó a Europa a través de las conquistas y el comercio en la Edad Media, y se popularizó en América durante la época colonial, introducida por los colonos españoles y portugueses. La expansión moderna ocurrió en el siglo XIX y a principios del siglo XX, donde comenzó a ser utilizada en Occidente tanto medicinal como recreativamente. Sin embargo, a partir del siglo XX su uso fue criminalizado en muchos países, lo que marcó el inicio de las políticas prohibicionistas que todavía influyen en la legalidad de la planta en la actualidad.

Sobre su legislación en Colombia asegura el sociólogo Julián Quintero que: “estamos en un escenario en el que todo es legal, menos vender. Porque en Colombia es legal sembrar para el autocultivo, es legal portar, es legal consumir, en Colombia es legal ya, de alguna manera, entregarle a otra persona, si hay un vínculo cercano. Lo único que no es legal en Colombia es vender. Es completar todo el derecho y completar toda la ecuación para garantizar y para que se dé un tránsito”.

Con respecto al consumo de “bareta” por parte de la población universitaria, según un artículo de la Universidad Areandina, este adquiere un sentido particular dando soporte a una noción de autonomía y adultez, y como mecanismo de apoyo para enfrentar las exigencias sociales y académicas de un mundo que resulta nuevo, tentador y amenazante a la vez. Las experiencias de consumo se reconfiguran en este contexto propicio y pueden llevar a abuso y adicción. Entre quienes consumen se resaltan los cambios de conducta, el aislamiento y especialmente distanciamiento de la familia, agresividad verbal y física, irritabilidad, hostilidad y enojo, particularmente hacia las figuras de autoridad.

Pero la perspectiva que se acaba de mencionar sin duda alguna es adulta, pues para la población juvenil el cannabis afecta mínimamente sus vidas: “Me gusta la marihuana, y soy una buena persona”; “Me gusta fumarla con un par de personas después de terminar todo mi trabajo y de que el día terminó, para descansar y relajarme. Recomiendo que todos hagan eso”; “Definitivamente no afecta mis calificaciones”; “Mi día mejora y mi salud emocional mejora en el momento en que empiezo a fumar. Para mí, es una cosa hermosa que me permite ser una persona más positiva”; o como dice el meme del gran Yoda de Star Wars “en la fuerza de la marihuana encontraremos la sabiduría”.

Ahora bien, ese lugar común a todas las universidades de Colombia en donde se venera “la cripa” se llama el aeropuerto. Alfredo Molano escribió alguna vez indignado “No hay ninguna mata que mate, o por lo menos que mate por contacto directo. Ni siquiera el borrachero, arboloco, cacao sabanero o floripondio mata a la gente. No hay ninguna mata a la que se le pueda echar la culpa de la guerra. Sólo en las mentes del presidente y de algunos militares cabe la tesis de que hay “matas de cocaína”, que es como decir que hay árboles de aspirina. Desde hace miles de años, la coca es un arbusto sagrado para la mayoría de comunidades indígenas; lo cultivan las mujeres, y sus hojas secas, mezcladas con hojas de yarumo tostadas o con conchitas molidas, son consumidas en forma ritual por los hombres adultos. Y aunque se dice que la marihuana “tuesta el cerebro”, en ese lugar los idealistas estudiantes de filosofía recitan de memoria el famoso poema de Porfirio Barba Jacob: “Mi vaso lleno - el vino del Anáhuac—/ mi esfuerzo vano estéril mi pasión /soy un perdido -soy un marihuana-/a beber -a danzar al son de mi canción...”.

Que allí se consumen y comercian, además de la marihuana otras sustancias psicoactivas, es un secreto a voces. Esos aeropuertos, que bien pueden ser placas deportivas, espacios verdes para el estudio o parques dentro de la universidad, también son centros de negocios, y es probable que el dueño o gerente propietario de la plaza se siente en una silla universitaria con su agenda en la que anota las ventas al granel o al por mayor. Y mientras tanto ese maestro zen que vende “los moños de marihuana en bolsas Ziploc” compite con los que estamos en las aulas repitiendo: “la mata que mata” trae problemas de memoria y aprendizaje, malos resultados académicos, abandono de los estudios, genera dependencia, trastornos emocionales, enfermedades pulmonares y arritmias. Y cuando estamos más iluminados decimos cosas como “por fumar marihuana se te puede dañar la vida”.

Por su parte, el Boletín Observatorio Chileno de Drogas (2015) afirma que “En la mayoría de los países occidentales se ha observado un patrón común en el uso de sustancias: el consumo de alcohol y de tabaco antecede al consumo de marihuana y éste a su vez precede el de otras drogas, como la cocaína. Este comportamiento ha dado lugar a la idea de que “la puerta de entrada” son las drogas “blandas”, que favorecen el consumo posterior de otras drogas “duras” que conducen a una adicción más fuerte. Sin embargo, también es cierto que gran parte de los usuarios de drogas “suaves” nunca llegan a consumir otras más “fuertes”.

Por lo tanto, no es claro que el uso de marihuana sea la puerta de entrada al consumo de otras drogas.

No obstante, debatir en clase con los jóvenes sobre la marihuana es como moverse en arenas movedizas porque el tema está rodeado de opiniones polarizadas, mitos y desinformación, lo que puede hacer que cualquier conversación fácilmente se desvíe o se convierta en una polémica emocional. Además, la percepción de la marihuana está influenciada por factores como la cultura, la presión social y las leyes cambiantes, lo que complica aún más la tarea de comunicar de manera efectiva los riesgos y beneficios, sin parecer autoritario o desinformado. En síntesis, quiero decir que respeto la providencia de mis estudiantes, pero tengo que expresar mi tristeza cuando veo que entran a clase con esa sensación de tiempo distorsionado y la reducción de su coordinación motora como si nadaran en arenas movedizas.