Las pruebas PISA: ¿una elección que pone al sistema educativo al servicio de producir mejores trabajadores?
En diciembre de 1960 y como continuación del plan de recuperación económica de la Europa de la segunda posguerra se suscribe el Convenio OCDE en cuyo primer artículo se fijan como objetivos:
"a) A realizar la más fuerte expansión posible de la economía y del empleo y un aumento del nivel de vida en los países miembros, manteniendo la estabilidad financiera y a contribuir así al desarrollo de la economía mundial.
b) A contribuir a una sana expansión económica en los países miembros y en los no miembros en vías de desarrollo económico.
c) A contribuir a la expansión del comercio mundial sobre una base multilateral y no discriminatoria conforme a las obligaciones internacionales".
Ese organismo establece a finales de la década de los 90 una agenda educativa que incluye un programa denominado PISA (Programme for International Student Assessment) cuyo objetivo es evaluar la formación de los alumnos de 15 años al finalizar la etapa de educación que se considera obligatoria. El foco en esta población se justifica porque, está bien a punto de comenzar la educación post-secundaria o, bien pronta a incorporarse al mundo laboral. En principio se trata de lograr información abundante y detallada a los países miembros para la toma de decisiones y políticas públicas para mejorar los diversos niveles educativos.
A hoy dichas pruebas se llevan a cabo cada tres años y examinan las denominadas competencias en matemáticas, lectura y ciencias, adicionándose ocasionalmente la educación financiera. Recientemente se ha incorporado la evaluación en desarrollo del pensamiento creativo. Los resultados que arrojan dichos exámenes no son indiferentes, así, por ejemplo, El País, Sección América Colombia titulaba en diciembre de 2023 "Pruebas PISA: Colombia cae en matemáticas, lectura y ciencia. Los resultados de los exámenes en los que participaron 81 países y economías recogen el impacto de la pandemia en el ámbito educativo" o en junio de 2024 el Diario La República noticiaba "Colombia se vuelve a rajar en nuevo ranking de las pruebas pisa que elabora la Ocde. El club entregó los resultados de las pruebas pisa sobre el tema, en donde Colombia se ubicó por debajo de sus pares de la región". Pero no solo se trata del interés de los medios de comunicación, sino que el Ministerio de Educación Nacional en diciembre de 2023 publicaba en su página "Pruebas PISA 2022: Colombia, un sistema educativo resiliente que requiere cambios estructurales para mejorar su calidad"
El asunto aquí no es el mero interés en los resultados y las preocupaciones que ello suscita; sino que de tales resultados se colige la ausencia o presencia de calidad del sistema educativo. Puesto en una perspectiva más general, la información que se obtenga puede dar lugar a la adopción de políticas públicas, a la movilización de recursos y a signar con ello el futuro de millones de niños, niñas y adolescentes y de miles de maestros e incluso estudiantes de licenciaturas. Además, la OCDE se reconoce como un órgano asesor de los Gobiernos, con lo cual, la incidencia de las evaluaciones obtenidas en las referidas pruebas está lejos de ser anodina.
Es por ello que es oportuno preguntarse bien como ciudadanos o padres, si ese modelo es razón suficiente para medir el nivel educativo de nuestros menores. Permitir que ellos sean clasificados y ubicados en el mundo del presente y el futuro cuando ya no estemos para acompañarlos, es un asunto relevante y un compromiso con nuestros escolares.
La preocupación que la OCDE pueda tener por la educación en el mundo no puede ser descalificada per se, pero, entre convertirnos en espectadores pasivos de las montañas de datos y callar ante la clasificación de nuestros jóvenes y niños; media una distancia muy grande.
Según se advierte en un documento emanado de la misma OCDE "La Dirección de Educación y Competencias (
) asiste a personas y países en la identificación y el desarrollo de los conocimientos y las competencias necesarias para mejorar la vida de las personas y obtener mejores empleos, generar prosperidad y promover la inclusión social" (negrillas fuera de texto). Algo que se advierte recurrentemente es la preocupación por que los jóvenes logren mejores empleos. De ese énfasis podemos colegir que ¿el gran propósito del sistema educativo para ser considerado como de calidad es proveer de buenos trabajadores al mercado laboral? Es una pregunta que merece ser pensada.
El otro asunto es lo que puede representar para el desarrollo ético de nuestros menores el resultado que se obtenga y el cómo sean escalafonados. No han faltado quienes sin menor asomo de sonrojo y, con sorna, hablan de mediocridad en los educandos, calificativo que trasladan sin dificultad a sus docentes cuando los evaluados se rajan. Cabe preguntarse ¿es un estudiante mediocre quien no desentraña las instrucciones del manual para ensamblar y activar una aspiradora? Recuérdese que PISA no evalúa conocimientos sino suficiencia para el desempeño en la futura vida laboral o profesional. Quien conteste afirmativamente sobre la inquietud de la aspiradora (tema de una prueba PISA) sin duda considerará que un jovencito que ha crecido en el taller de su padre, un técnico reparador de aspiradoras ayudándole en sus labores, es un aventajadísimo educando a diferencia de otro que sin mostrase proficiente en el manejo de manuales de electrodomésticos ha dedicado su tiempo a leer a Platón, Aristóteles o Kant. Desde luego que el menor avezado en lo de las aspiradoras podrá llegar a ser un gran trabajador (¿reparando aspiradoras?).
Los cuestionamientos a las pruebas PISA distan de las deslavazadas líneas vertidas en esta modesta columna y han sido puestas de presente en importantes documentos de relieve internacional por profesionales ciertamente calificados. Icónica es al respecto la Carta abierta publicada en "The Guardian mayo de 2014 OCDE and Pisa tests are damaging education worldwide" (La OCDE y las pruebas Pisa están dañando la educación en todo el mundo), dirigida al director del programa, Andreas Schleicher. Las inquietudes que surgen de este documento son de un calado no despreciable, por ejemplo, PISA mide un reducido universo de todo lo que comportan e involucran los procesos educativos como lo son las áreas propias de las ciencias sociales (historia, filosofía, ética) o la formación en materia artística (música, pintura, manualidades), aunque no faltará la postura con eruditos de resentimiento que crea que artistas como Omar Rayo o humanistas como López de Mesa fueron unos mediocres. Las pruebas PISA -como lo reconoce Scleicher en una entrevista concedida al curso de educación supranacional de la Universidad autónoma de Madrid - no logran valuar las dimensiones socioemocionales del discente y agrega esta columna, ellas son un factor absolutamente determinante en el desarrollo de la existencia vital (no solo laboral) de todos los seres humanos (incluidos los trabajadores, valga la redundancia). El uso de tan limitado instrumento en sinuosas manos políticas o tecnocráticas para condicionar la vida de estudiantes, maestros y padres de familia construyendo sociedades que provean buenos trabajadores del futuro, es sin duda una perversión del sentido de la vida humana que seguramente es bastante más que trabajar y trabajar; a lo menos concedámosle un resquicio a Freud sobre lo que pudiese significar la vida humana: lieben und arbeiten (amar y trabajar). (El Trabajo e la OCDE sobre Educación y Competencias OCDE 2019 p.1)
Tal vez lo que acontece es que se ha privilegiado una agenda educativa hecha por economistas desde un órgano con específicos intereses económicos, cuando desde la perspectiva educativa supranacional se tienen agendas como la de la OEI y la UNESCO, esta con propuestas como la de la declaración de Incheon que, desde luego se preocupa por las competencias y el empleo futuro, pero también incorpora entre sus objetivos:
"De aquí a 2030, eliminar las disparidades de género en la educación y garantizar el acceso en condiciones de igualdad de las personas vulnerables, incluidas las personas con discapacidad, los pueblos indígenas y los niños en situaciones de vulnerabilidad, a todos los niveles de la enseñanza y la formación profesional.
De aquí a 2030, garantizar que todos los alumnos adquieran los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible, entre otras cosas mediante la educación para el desarrollo sostenible y la adopción de estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad entre los géneros, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial y la valoración de la diversidad cultural y de la contribución de la cultura al desarrollo sostenible, entre otros medios"
Debe ser un propósito defendible pensar que nuestro niños, niñas y adolescentes sean mejores ciudadanos comprometidos con la democracia, el desarrollo sostenible y la defensa de los derechos humanos y no solo trabajadores muy competentes; así a los sacerdotes más recalcitrantes del mercado les estalle el hígado.