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Educar en medio del conflicto: la lucha de los maestros rurales en Colombia

Una realidad que trasciende nuestro territorio

El caso del Catatumbo, en Norte de Santander, es una de las muchas caras de esta crisis. En regiones como Nariño, Cauca, Chocó, Arauca, Putumayo y Córdoba, la presencia de grupos armados ilegales y las disputas territoriales han convertido la labor docente en una tarea de alto riesgo. La violencia ha obligado a muchos maestros a abandonar sus aulas, ya sea por amenazas directas o por las condiciones precarias en las que deben desempeñar su rol afectando gravemente el derecho a la educación de los niños y jóvenes como sujetos de especial protección por parte del Estado y la sociedad.

En departamentos como Cauca, el asesinato de líderes sociales y docentes, ha generado un clima de miedo e incertidumbre. En Chocó, el aislamiento geográfico, los efectos del cambio climático, sumado al conflicto, dificulta el acceso a muchas instituciones, dejando a cientos de niños sin clases. En Nariño, Arauca y Putumayo, los enfrentamientos entre grupos armados han forzado el cierre temporal o definitivo de colegios, agudizado por el cierre de vías principales, dejando a comunidades enteras sin acceso a la educación.

Los desafíos de la docencia rural en Colombia

Los maestros rurales enfrentan múltiples obstáculos, muchos de los cuales se repiten en diferentes regiones del país:

1. Inseguridad y amenazas: muchos docentes han sido intimidados o desplazados por grupos armados. Algunos han perdido la vida en el ejercicio de su labor.

2. Dificultades de acceso: llegar a las escuelas en zonas apartadas implica atravesar territorios controlados por actores armados, exponiéndose a retenes ilegales y enfrentamientos.

3. Infraestructura precaria: muchas instituciones carecen de agua potable, electricidad y materiales escolares, afectando la calidad del aprendizaje. 4. Impacto psicológico: la violencia afecta la salud mental de docentes y estudiantes, generando estrés, ansiedad y depresión.

5. Falta de apoyo estatal: aunque existen programas gubernamentales, su implementación es deficiente, dejando a los docentes en situación de vulnerabilidad, agudizando el problema con la corrupción oficial que impide que los recursos del PAE lleguen oportunamente para promover el desarrollo nutricional de los niños, presupuesto esencial para lograr la calidad educativa.


Uno de los mayores efectos de esta crisis es la deserción escolar, ya que niños y jóvenes se ven obligados a abandonar sus estudios debido al desplazamiento forzado, el reclutamiento por parte de grupos armados o la falta de condiciones para continuar su formación. Según informes de organizaciones de derechos humanos, en varias regiones del país se han reportado casos de menores reclutados antes de completar su educación básica.

Resistiendo desde la educación

A pesar de las dificultades, los docentes rurales han encontrado formas de mantener la educación en pie. En el Catatumbo, tras la crisis humanitaria del 16 de enero de 2025, maestros desplazados organizaron clases en albergues para que sus estudiantes no perdieran el año escolar.

En el Cauca, docentes han desarrollado estrategias de educación a distancia para llegar a los niños en zonas de difícil acceso. En Chocó, algunos han implementado metodologías de enseñanza comunitaria, integrando a las familias en el proceso educativo. Estos ejemplos son testimonio de una resistencia que trasciende las aulas. La educación sigue siendo un pilar fundamental para la esperanza de una generación que ha crecido en medio del conflicto y la incertidumbre.

Un llamado a la acción

La situación de los docentes rurales en Colombia enrostra una cruda realidad. Enseñar en medio del conflicto armado es un desafío que no solo requiere valentía por parte de los educadores, también un compromiso prioritario del Estado y de la sociedad para fortalecer la calidad de la educación como uno de los factores principales para asegurar el futuro del país, sin violencia y con equidad social.

El Estado, las organizaciones de derechos humanos y la comunidad internacional deben tomar medidas concretas para proteger a los maestros y garantizar el derecho a la educación de miles de niños y jóvenes en zonas afectadas por la violencia. Sin educación, las oportunidades de desarrollo y paz seguirán siendo escasas.

Es urgente fortalecer la presencia estatal en las regiones más golpeadas, garantizar condiciones de seguridad y mejorar la infraestructura educativa. Solo así se podrá romper el ciclo de violencia que ha marcado por décadas a muchas zonas del país y dar una verdadera oportunidad a quienes aún sueñan con un futuro diferente.

Finalmente, es fundamental reconocer y enaltecer la labor de los docentes rurales que, con determinación y amor por la enseñanza, se mantienen firmes a pesar de la adversidad e incomprensión de ciertos sectores políticos y económicos dominantes. A ustedes, maestros de Colombia, nuestro más profundo respeto y admiración. Su dedicación no solo educa, sino que también siembra esperanza en cada niño que, gracias a ustedes, sigue soñando con un mejor mañana. ¡Gracias por ser faros de luz en tiempos de oscuridad!