Dónde habita el recuerdo: entre la ausencia y el amor
En el silencio de la noche y con la claridad de mi mente, mi corazón palpita mientras mis ojos empiezan a llenarse de lágrimas que reflejan la tristeza que me embarga. Alguien a quien he amado se ha ido, y el dolor que siento es tan profundo que me encuentro en un estado de incredulidad y asombro, por lo repentino de la situación. Expreso mi tristeza, pero a mi alrededor veo a familiares y amigos que también compartieron su amor por esa persona que ahora descansa en el féretro. Ya no está. Cada uno de ellos tiene una forma distinta de manifestar su dolor.
Todos hemos vivido esto. Esa persona que amamos, que nos acompañó en este camino de la vida, se fue, dejándonos con un vacío inmenso. Comenzamos nuestro duelo.
Nuestras vidas se entrelazan con las de otros de manera tan intensa que, al fallecer el ser querido, quedamos suspendidos entre los recuerdos del ayer y la ausencia del mañana. Surge el duelo, que no es más que la reconciliación de nuestra profunda tristeza con la pérdida de quien se ha ido.
Te invito a explorar tu propio camino de duelo, a abordar las distintas etapas de este proceso y a encontrar la manera de convertirlo en un acto transformador. Cada persona vive el duelo de manera única; no hay dos duelos iguales, cada uno con su propia intensidad y duración. Sin embargo, hay etapas que son comunes.
Al principio, ante la noticia, aparece la negación: no puede ser cierto, no puedo creerlo. Es como si intentáramos protegernos de un dolor que sabemos que inevitablemente llegará. La negación se transforma en ira, rabia, agresiones, buscando culpables, incluso culpándonos a nosotros mismos. "Si yo hubiera estado, las cosas habrían sido diferentes; él no se cuidaba; ¿por qué Dios...? Si era tan bueno; fue mala praxis
", y así sigue la cadena de preguntas.
La realidad es que el dolor revela nuestra impotencia para aceptar lo que ha sucedido. Cada uno manifiesta este sentimiento de manera diferente. Cuando la ira se agota, entramos en una fase de negociación, donde el consuelo surge al reconciliar la tristeza con la pérdida: "Era su hora; se hizo lo que se pudo; si hubiera actuado de otra manera, tal vez habría pasado lo mismo", etc.
Luego, al confrontar la realidad, nos invade una profunda tristeza y depresión, que varía según nuestras características personales. Sentimos un vacío, soledad y un dolor que parece no tener fin.
Finalmente, llegamos a un punto en el que estamos listos para aceptar lo ocurrido. Aunque el dolor persista, la pena se va atenuando y comenzamos a reincorporarnos a nuestras vidas. Gradualmente, encontramos una paz interior y dejamos ir a quien se ha convertido en un recuerdo. La tristeza regresa al pensar en él o ella, pero ya estamos listos para seguir adelante.
¿Y cuánto duran estas etapas del duelo? Durarán lo que sea necesario hasta que logres encontrar la armonía con el recuerdo de quien se fue, con tus pensamientos y tus sentimientos. Cada quien necesita su tiempo, su espacio y sus herramientas para recorrer este camino de restauración íntima. Por eso, no debemos juzgar el dolor de los demás.
Y mientras tanto, ¿qué pasa con quien se fue? Seguramente, su espíritu está explorando nuevas sensaciones. En su viaje, las prioridades cambian, como le ocurre a un padre cuando sus hijos se van, cuando ha cumplido su rol y ya no lo necesitan, o cuando una tarea se completa y hay que comenzar otra. La vida de quienes quedan continúa su curso. La situación de quien se va, en otro momento, la sabremos. Mientras tanto, ya que aquí nos quedamos con el recuerdo de quien se fue, vivamos en el amor de quienes están con nosotros.