En tiempos de reflexión, no hay mejor camino que la retirada.
"No le pidamos al docente que tape los agujeros que vienen del hogar"
José Mujica.
Amparado en la velocidad de las épocas y teniendo en cuenta la evolución de esta juventud, algo distanciada y distraída de los clásicos postulados que nos los enseñaron por allá en el pasado siglo a moldear una férrea formación de cuna y escuela con el esfuerzo de los aprendizajes, un buen comportamiento y estricta disciplina que condujo a los más inquietos a plasmar en materia sólida los cimientos del saber, como uno de los mejores hábitos para alcanzar el éxito y evitar en lo posible caer en la dependencia, esa que está a la orden del día en los imperios que gobiernan el poder, esculcando los bolsillos y patrocinando la sociedad de los consumos.
Por lo anterior, es mi modesta opinión que para nosotros los educadores, después de un cúmulo de calendarios en tan digna profesión, quizá los suficientes, ahora, mejor, cualquier momento es oportuno para un estudio al abandono del sagrado apostolado después de los 60; y la evaluación o análisis a esta altura de los años, despojado de una subjetiva posición subliminal, altruista o convicción ideológica, incluso, ante la abnegada vocación, esa pasión de santos que nos designó el divino maestro, reitero, con profundo respeto, y me perdonan los creyentes, aunque yo también tengo mi propia religión, la del amor, el asunto no es de cielos ni de infiernos, quizá sea, pienso de mi parte objetivamente y sin resentimientos ni egoísmos, es una invitación de retirada con principio en el cansancio, frustraciones, dolencias en lo físico y en la frágil estructura del alma, decepciones, irrespetos y por qué no, sin pegarnos a los metales, hasta mal remunerados, así de sencillo; vamos incomprendidos por los caminos de la desesperanza, pues pareciera como si estuviéramos echando en un costal roto, o arando en el mar, porque la gratitud y los resultados cada día son más mediocres en cuanto a humanismo y calidad educativa.
Para sustentar esta apreciación, solo basta repasar los clasificados con números, pruebas "pisa", en donde el señor presidente, nuestro mentor al cambio, nos cayó a garrote limpio debido a las pésimas estadísticas, que en lugar de sumar vienen restando, y los oportunistas con su mala intención nos enrostran la crítica, culpando al magisterio del descalabro académico.
Bueno, pero vamos a ponerle un poquito de lógica al tema central y a dar una breve explicación de mi convocatoria a las ausencias; esas mismas vacaciones permanentes en los cuarteles de reposo. Los años vividos, laborados en la enseñanza, que son más de un montón de desvelos y sacrificios traducidos en experiencias, dándole rienda suelta a la actividad pedagogía, la que ahora nos conduce al término de un trabajo, el que ha sido sustento a una pasión alimentada con altruismo al servicio de los demás; obviamente que no puede ser eterna y en contraprestación remunerada al menos con aplausos; aunque hay tanta razón para la decisión de un hasta luego que, con los pobres resultados de reconocimiento, podemos concluir en haber perdido muchos sueños en pos de una misión parcialmente fracasada, con cuotas de pesimismo ante una realidad que no es justa en el adiós al pizarrón y los abecedarios, cuando se tiene un balance con manifestaciones de marcada ingratitud.
Fundamento el comentario, obviamente que habrá algunos o muchos con la cultura del deber cumplido a satisfacción, retirados por su propia voluntad, aún con buena salud y por qué no creer que cancelarán su misión con la intención de brindarles la oportunidad a los más jóvenes. Me atrevo a pensar que la mayoría de mis colegas no lo pueden hacer muy decididamente porque son víctimas de los embargos familiares, atendiendo compromisos de modesto bienestar, impulsando hijos y nietos hacia la escala de los preparatorios en la cadena de formación; en fin, amarrados a presupuestos que no permiten respirar tranquilamente. Volviendo a las preocupaciones que son los motivos del presente artículo, lo que se ve y encontramos en la gran mayoría de los colegios oficiales y que lesionan enormemente la psicología del maestro, agudizado después de la pandemia, es lo siguiente: De los discentes, viven indiferentes al conocimiento, enajenados con los medios tecnológicos que tienen en sus manos, irreverentes, carentes de amor y de respeto con los educadores, su tablero es el celular, sordos al discurso científico, divorciados de la tinta y de los libros, negados a la lectura, cerrados a la observación, con muy poco interés por el cuestionamiento y la pregunta en el contexto de la clase, desorden e indecencia cuando se les llama la atención al cumplimiento de las normas; naturalmente que toda regla tiene su excepción, hay estudiantes sintonizados con el futuro, ese que nunca se espera, simplemente se construye. En cuanto a los padres de familia, más de uno, agresivos, sin tiempo para venir al colegio y cuando asisten se muestran molestos, amenazan con la "IAS" que les alimentan los caprichos; varios de ellos se despachan en improperios y compiten con sus hijos a ver quién de los dos grita más, aunque le asista la razón; existe el acudiente que pretende convertir la institución en una guardería olvidándose de sus responsabilidades. Ahora del gobierno, brilla por su descuido en el mantenimiento a las plantas físicas en decadencia, incumplidos con el personal de vigilancia, administrativos y servicios generales; en lo que sí se han vuelto eficientes es en llenar a las instituciones de exigencias con leyes y decretos de estricto cumplimiento, cuantificando y cualificando resultados sin suplir prioridades ni contribuir con el apoyo necesario; pero sí se sigue amontonando estudiantes en espacios que sobrepasan la capacidad instalada y todo para disminuir nombramientos. Ya los maestros debemos atender, por aquello de la inclusión, sordos, mudos, ciegos, amparados en la famosa cultura de la equidad sin que el docente tenga la preparación científica de diagnosticar al niño o adolescente en sus críticas debilidades que requieren de un profesional en la medicina.
Así, y para ir concluyendo, es que se vienen resquebrajando las alas de los experimentados educadores que no les permiten volar a los confines de la gloria; entonces, mientras no exista reciprocidad en los esfuerzos, tampoco habrá soluciones al cambio buscando edificar una nueva sociedad, pues se nota cansancio en los trillados sermones de mil promesas regados por tiempos y espacios sin verdaderos pactos para mejorar la calidad educativa.
En resumidas cuentas, lo único que nos queda es dar un paso al costado, apreciados compañeros, antes de salir por la puerta de atrás, en plena acción escolar, buscando el triste socavón de los olvidados. Hace unos cuantos años escribía que los maestros vamos envejeciendo a la sombra de los jóvenes, sembrando palabras de conocimiento que más tarde se traducen en semillas del futuro; es mi modesta visión y una porción de gratitud a la educación durante este hermoso paseo existencial llamado vida; pero también evidencio en este bello ejercicio que nos hacemos viejos muy rápido y sabios demasiado tarde; justamente cuando ya se nos acaba el tiempo; aunque, tómenlo por el lado amable y en forma jocosa, los buenos educadores no tenemos tiempo para envejecer.
Finalmente, colegas, cada quien tiene la última palabra; vamos superando escollos con la fuerza del amor, y si la sagrada misión -buena salud y excelente voluntad- le permiten seguir, reciban mi felicitación y continúen sin mirarse en el espejo, rumbo al último eslabón del mes, semana, día, hora y segundo; justamente en la línea de arribo a sus 70 añitos. Dios permita que lleguen repletos de alegría por haberle torcido el cuello a las vicisitudes de estas épocas. Para aquellos superhéroes, de mi parte los declaro medallistas olímpicos del aguante, campeones mundiales de la perseverancia y premios nobel de las "cuasi", misiones imposibles. Y por lo que sea, antes o arribando a la última gota de pedagogía que los deje frente al tiempo exacto de la séptima década, ya en "la de pirnos", una gratitud infinita con el gremio; incluso a los gobiernos, pero, por sobre todo, con la sociedad que nos ha brindado la confianza en educar a sus hijos, y vivir, gústenos o no, en clase media. Hay otros esperando una oportunidad. ¿Será que los del siglo pasado resistiremos? Amanecerá y veremos, dijo el ciego.